AMOR Y PERSEVERANCIA

“Hay historias que verdaderamente tocan lo profundo de nuestro corazón. Y en muchas ocasiones, la vida nos pone frente a ellas, como esta que voy a contarles,  la cual sucedió en la época del año 2014 cuando estábamos viviendo en la ciudad de Fort Worth, Texas.  Es una de esas dulces historias que se quedan grabadas en el alma para siempre“

            Tratándose de acontecimientos de la vida real, voy a cambiar los nombres de algunas personas involucradas. De esta manera, podré transmitirles con toda libertad, todos los eventos que me fueron narrados por una linda persona que conocí muy brevemente. Se trata de la Señora Rossmary que compartió esta historia conmigo. Ella es una maestra retirada que dio clases  en la bella ciudad de Tulsa, Oklahoma.

Cuando llegué a la cafetería del hotel, encontré a Rossmary sola, sentada en una mesa. No había nadie más en las pocas mesas de aquel  pequeño restaurante, le hice gestos con una mirada para saludarla con gentileza, a lo cual respondió rápidamente con una encantadora sonrisa.  Me acomodé en la siguiente mesa, y ella me dijo: Soy Rossmary, le dije, un placer conocerla yo soy Antulio.

Era una linda Señora de una edad bien avanzada, con un cabello completamente blanco como nieve, y unos ojos azules que irradiaban contrastes de alegría y serenidad. Vestía un traje de pantalón azul marino y un abrigo del mismo color, la blusa era roja y un pañuelo blanco alrededor del cuello, también tenía una moña en su cabello de color azul. A mi parecer, lucia muy elegante. Yo pensé que tenía unos ochenta años de edad, pero más tarde me dijo que estaban de viaje celebrando su cumpleaños número 90.  

Yo tomé el menú para ordenar algo, y noté que ella estaba viéndome con detenimiento, como queriendo entablar una conversación. Así que levanté la vista para verla, y ella dijo: Tengo varios años de estar retirada, fui maestra de música por mucho tiempo.   Asentí con la cabeza y pensé en mis hijos Gemelos que les encanta la música clásica. Después de unos segundos le comenté sobre ellos y que yo también quería estudiar música, pero nunca fue mi prioridad, entonces ella  comenzó diciendo de sí misma: Siempre he trabajado por las noches dando clases de piano, para ganar un poco más de dinero, y porque realmente me encanta enseñar música a los niños menores de 10 años. Lo hice por mucho tiempo.

Durante todo el tiempo que trabajé con niños pequeños, aprendí muchas cosas de ellos, especialmente que tienen diferentes niveles de habilidad musical, y aún cuando nunca tuve el placer de tener un niño extraordinario, sí me encontré con niños muy listos y talentosos en esta materia; también debo mencionar que en algunas ocasiones me tocó  trabajar con niños que no tenían ninguna habilidad para la música, y uno de ellos era Matías.

            En ese momento, tuve el presentimiento de que ella estaba deseando que alguien escuchara su historia; y nació dentro de mí  un deseo ardiente de poner atención a cada una de sus palabras.  Así que, pasándome a su mesa, llamé  al camarero para ordenar un par de cafecitos, que por cierto era la única razón por la que había bajado al pequeño restaurante. Esto fue, en uno de nuestros viajes a la ciudad de Kansas, y el hotel está situado justo frente al Rio Missouri y gozábamos de una vista nocturna encantadora, podíamos ver casi todos los edificios altos del centro de la Ciudad. Mi esposa y mi hija Jenny ya estaban descansando,  y la Señora Rossmary muy ansiosa por contarme su historia, tomando una servilleta para secarse los labios, continuó:   

             Matías, creo que apenas había cumplido doce años cuando lo trajo su madre por primera vez. Vi cuando  su madre (ella era soltera) lo dejó frente a mi casa, pero ella no bajó.  Yo siempre quise dar clases de piano a niños menores de diez años, de preferencia cuando tienen siete; eso se lo comenté a Matías. Pero él me suplicó que le permitiera recibir las clases, porque ese era un sueño muy especial de su madre.  Así que lo tomé como alumno.

            Venía a clases una vez por semana –continuó Rossmary- siempre  escuchaba cuando decía: ¡¡algún día mi mamá me oirá tocar el piano!!  Pero yo no veía ninguna esperanza. Matías no tenía ese regalo de nacimiento, usted sabe, esa chispa que se trae dentro, más que aprenderla. Matías estaba muy lejos de poseer aún lo más mínimo  para poder tener éxito en la música.

             Su mamá nunca había bajado de aquel carro viejo, que parecía estar en completo abandono, parecía un carro antiguo como del año 60, pero siempre saludaba con una sonrisa enorme y agitaba los brazos en alto para decir adiós. Eso era cada vez que venía a dejarlo, y en la noche cuando lo recogía.

            Las clases eran los días sábados; pero un día, Matías no se apareció, y tuve el deseo de llamarlo para saber que había pasado; pero me dio la impresión que él mismo  se había dado cuenta que no tenía la suficiente habilidad para continuar con la música. Por otro lado, yo me alegré que desistiera porque podría ser mala publicidad para mí –como maestra–.

            Pasaron varias semanas, y anunciamos a todos los padres de los estudiantes de piano de la ciudad de Tulsa, que inscribieran a sus hijos para participar en un recital que se llevaría a cabo a finales de ese mes.  Entonces apareció Matías, quien había recibido el anuncio, y me pidió que lo inscribiera, pero no quise hacerlo porque había abandonado las clases.

            Entonces Matías me contó que había tenido razones muy fuertes para abandonar las clases. Su madre no había podido llevarlo por razones de salud, pero que él había practicado todos los días mientras cuidaba a su mamá… y me dijo con vehemencia “le suplico que me deje participar”, ¡Yo necesito tocar hoy! Recalcó suplicante. 

                        Yo no sé qué me impulsó a dejarlo tocar. Pero le dije que sí, aunque no estaba muy convencida. Sentí algo dentro de mí afirmándome que todo iba a salir bien. Quizás fue la forma tan insistente de pedirme que lo dejara tocar.  

            Yo la interrumpí por un momento solo para ordenar unas hamburguesas que me había pedido mi esposa en un mensaje de texto.  Luego, disculpándome, le pedí que continuara.  

            Cuando llegó la noche del recital, por alguna razón me sentía más emocionada que los años anteriores.  Las cortinas del escenario estaban cerradas, y yo estaba haciendo algunos arreglos con la ayuda de los alumnos que iban a participar. El momento de abrir las cortinas llegó, y no se podía ver un solo asiento vacío. Todos los padres, familiares y amigos estaban allí. Ese año me habían llegado cuatro alumnos con un talento excepcional, quizás esa era la causa de sentirme más emocionada que antes; yo esperaba una noche exitosa, pero tenía a Matías, que lo había dejado participar, y no sabía qué hacer con él. Así que lo puse a tocar la última pieza, cuando la gente ya se está despidiendo, de esa manera no le iban a poner mucha atención. 

            Cuando terminó el recital, yo estaba más que contenta, los alumnos habían practicado bastante, y me dieron motivos suficientes para sentirme orgullosa. Yo agradecí a todos los concurrentes pero los dejé con Matías que ya había subido a la plataforma para tocar la última melodía.  Pude notar en ese momento que la ropa de Matías no era apropiada para el evento; estaba arrugada y no se había peinado, además,  sus zapatos estaban bien sucios. Muchas interrogantes pasaron por mi cabeza. ¿Por qué no estaba limpio como los otros niños? Su madre lo pudo haber peinado bien, pensé,  por lo menos en esta noche, que tenía una presentación especial.

            Rossmary hizo una pausa, mientras daba un sorbo a su taza de café, luego, dando un suspiro profundo continuó con la historia que ya me había cautivado. Siguió diciendo: Matías sacó el banco del piano, y sentándose tomó el micrófono que tenía enfrente para anunciar que iba a tocar una melodía de “Mozart” “Sonata #16” en “C” Mayor. Yo me sorprendí muchísimo al escuchar el anuncio, y más me sorprendí cuando comenzó a tocar.  Veía como sus dedos se deslizaban sobre el teclado con una gracia maravillosa que sólo los profesionales pueden hacerlo.  Estaba tocando de “Pianísimo a Fortissimo”, de “Allegro a Virtuoso”, todas las formas que exigen las melodías de Mozart, fueron  ¡extraordinarias!

            Muchos años había dado clases de piano, pero jamás había escuchado a un niño de esa edad, tocar melodías de Mozart de forma magistral.  Tocó durante seis minutos y terminó con un “Grand Crescendo”, para entonces, no había una sola persona sentada, los aplausos de todos los presentes inundaban el gimnasio y todos rebosaban de júbilo exorbitante.

            Subí rápidamente al escenario y abracé a Matías fuertemente tratando de ocultar mis lágrimas. Estaba tan emocionada que no podía ocultarlo, y con la voz llorosa le dije: ¿Cómo pudiste tocar así Matías? No te había oído tocar de esa manera.

            Su respuesta fue para todos los presentes, quienes seguían aplaudiendo. Y dijo: ¿Recuerda usted que le dije que había abandonado la escuela porque me quedé cuidando a mi mamá que estaba enferma?, Ella murió esta mañana y había nacido sorda, y yo sabía que hoy me iba a poder escuchar por vez primera y quise tocar para ella lo mejor que pude.   

            Absolutamente todos los que estaban en el auditórium tenían los ojos llenos de lágrimas. Matías se veía feliz, porque estaba seguro, dijo él, que su madre lo había escuchado.

            Rossmary hizo una pequeña pausa y mientras se limpiaba los ojos, me agradeció por haberla escuchado, pero yo también estaba llorando. Y le agradecí por haberme contado tan bella historia que tocó mi corazón. Luego siguió diciendo: No, nunca tuve un alumno con tanto talento, pero esa noche, yo me sentí pequeñita frente al niño Matías. Esa noche, Él fue el maestro, y yo fui la alumna.  En esa noche aprendí el significado verdadero de Perseverancia y Amor y sobre todo, “creer en ti mismo”… Y Rossmary se quedó en silencio, con los ojos llenos de lágrimas.

            En ese momento, llegó el camarero con las hamburguesas que le había ordenado, y nos alcanzó unas servilletas… -se había dado cuenta que estábamos llorando-

 Quedé verdaderamente conmovido por esa historia que acababa de escuchar.

            Por último, cuando entró un anciano como de 90 años, Rossmary me dijo que era su esposo a quien estaba esperando para subir a su recamara. Se despidieron los dos, pero antes me dijo: “Tienes que saber esto:   Matías   murió años más tarde mientras hacía  unos trámites en un edificio federal, en la ciudad de Oklahoma, cuando explotó una bomba en Abril de 1995”.-

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