Por Hno. Antulio Meneses.
Un día de tantos…, de esos tantos que me ha dado el Señor; fui a visitar mi gente, al pueblo que me vio nacer. Lo hacía con cierta regularidad, como que era parte de la rutina de mi vida. Nunca dejé de hacerlo hasta que me vine a este país de Norte América. Chicamán es un pedacito de cielo, que no se puede olvidar tan fácilmente. No recuerdo si hacía planes para ir, o si solamente tomaba mi mochila, el automóvil o motocicleta y me dirigía hacia esas bellas tierras escondidas en las verdes praderas de la Sierra Madre, donde está situado mi lindo Chicamán. Hasta la fecha, lo sigo recordando. ¿Cómo podría olvidar aquel pedacito de tierra hermosa; aquel pueblecito rodeado de bosques, cañaverales, cafetales, ríos y fuentes de agua cristalina? ¿Los viajes al rio, la cañería, el chorro y el arroyo del Pedro? ¿Las idas a la Rosa, Los Encuentros, los Tecomates y el Bordo de la Campana? Aaah, Y ¿Cómo olvidarnos del canto de los chiquirines y de los juegos de nuestra infancia, las tipachas de cera, la tenta, los trompos, las carambolas y las jugadas de esconder? Hay tantas cosas que no alcanzaría el tiempo para contarlas, y que nos atan al precioso tiempo de nuestra infancia. Ese maravilloso pasado que siempre está presente, en las bellas páginas de nuestra historia.
Ahora ya no es un pueblecito pequeño. El tiempo y los bien llamados avances de la civilización se han encargado de hacerlo un Pueblo con Mayúscula, un Pueblo grande, pujante y próspero. Pero su gente sigue siendo la misma, querendona y jovial; acogedora y bullanguera. El café con pan sigue siendo parte de su idiosincrasia, de esa gente linda con tradiciones profundas, enraizadas en el cariño, la amistad y el respeto. Muy bien podemos gritar con orgullo “¡que viva Chicamán!”.
Un día de tantos, cuando yo vivía en la ciudad de Guatemala; voy con ese rumbo. Cabe mencionar que mi Madre tenía dos hermanas en el Pueblo, tía Lenita y tía Vicentia; así que, atraído por su cariño y hospitalidad, siempre mantenía el deseo de visitar las dos familias –mi familia-; aunque, a decir verdad, en todo el pueblo se sentía un espíritu familiar por todos lados. Luego llego frente a la casa de “tía Lenita”. De inmediato me doy cuenta que en el interior de la vivienda las cosas no estaban bien. Podía escuchar altas voces de angustia y desesperación, gritos y llantos, y gente corriendo dentro de la casa de un lado a otro. Bien se podía sentir un ambiente alarmante, como el que se siente en la emergencia de un hospital. Alguien se da cuenta que estoy entrando a la casa y me dice con angustia que un hijito de mi Primo Arnoldo se está muriendo; que ha dejado de respirar. Sin saludar a nadie, entro corriendo y tomo al bebito de los piecitos y casi sin pensarlo le doy dos palmaditas en los talones y de inmediato comienza a respirar.
Todos en aquel cuarto estaban conmocionados. Muchos de los presentes aún tenían los ojos llenos de lágrimas; pero ya había pasado el peligro. Los momentos alarmantes habían terminado, y todo estaba volviendo a la normalidad. Luego, al darse cuenta de mi presencia, nos saludamos sin ocultar la tremenda alegría que ya comenzaba a manifestarse en los rostros de los allí presentes. El pequeño bebecito ya estaba fuera de peligro y todos comenzaron a dar gracias a Dios por lo que acababa de suceder.
Los caminos del Señor son a veces misteriosos. Insondables son las cosas de Dios, e impredecibles sus propósitos. ¿Qué fue lo que me impulsó a viajar y llegar a ese lugar, en ese preciso momento? Ciertamente Dios tiene planes para cada uno de sus hijos, y en nuestro caminar diario van sucediendo tantas cosas que van marcando nuestro destino, pero Dios ya las tenía previstas para nuestra vida.
Ya han pasado muchos años después de aquel acontecimiento. El tiempo ha seguido su curso interminable, a través del cual Dios sigue mostrándonos su amor y su cuidado. Cuando caminamos con Dios, Él nos deja sentir de alguna manera que está presente en cualquier situación difícil de nuestra vida. Usando todos los medios posibles para librarnos de la muerte, y sobre todo, para enseñarnos que si ponemos nuestra fe y confianza en él, de todas las pruebas saldremos librados.
Dios es fiel a su Palabra; leamos en el libro de los Salmos 34:17-19.
Claman los justos, y Jehová oye, y los libra de todas sus angustias.
Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu.
Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas le librará Jehová.
Que Dios bendiga vuestras almas.